Tu vida para los demás
El encuentro con Dios me saca de mí hacia los demás. Es lo que algunos llaman la ‘antropología del don’, que puede sintetizarse con la expresión ‘tu vida para los demás’. Por eso, una persona abierta a los demás es una persona de mirada atenta y compasiva, en vez de la indiferencia que tanto se instala en el corazón de tantas personas en estos tiempos, volviéndonos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros.
Una persona abierta a los demás es capaz también de reconocer el don recibido poniendo al servicio de los demás los propios talentos. La dedicación a los demás, y en especial a los más necesitados, se convierte así verdaderamente en una práctica de fe y es fundamento de toda vida cristiana.
“Cuando un encuentro con Dios se llama ‘éxtasis’, es porque nos saca de nosotros mismos y nos eleva, cautivados por el amor y la belleza de Dios. Pero también podemos ser sacados de nosotros mismos para reconocer la belleza oculta en cada ser humano, su dignidad, su grandeza como imagen de Dios e hijo del Padre. El Espíritu Santo quiere impulsarnos para que salgamos de nosotros mismos, abracemos a los demás con el amor y busquemos su bien”[22] .
Del ‘yo’ al ‘aquí estoy’
Esta manera de entender la vida abierta a los demás invita a pasar del ‘yo’ al ‘aquí estoy’. La cultura del ‘yo’ explica muy bien el mundo que vivimos. Esa cultura va acompañada de grandes posibilidades (crecimiento personal, autonomía, desarrollo de la persona) pero tiene grandes fragilidades (identidades resguardadas y poco abiertas a los demás, narcisismo, presentismo).
La antropología bíblica presenta al creyente como aquel que es capaz de decir ‘aquí estoy’. En la Escritura vemos que estas palabras fueron pronunciadas en momentos significativos de sus vidas por Abrahán, Moisés, Samuel, Isaías, María de Nazaret, el mismo Jesús que, según la carta a los Hebreos, al entrar en este mundo dijo: ‘Aquí estoy Señor, para hacer tu voluntad’ (Hb 10, 7).
Dando importancia al valor del ‘yo’, como no podría ser de otro modo, podemos entender la vida cristiana como un camino de transformación del ‘yo’ al ‘aquí estoy’. Dar ese paso hace posible abrirse a un misterio que trasciende. Cuando decimos, desde la fe, ‘aquí estoy’ se está generando en nosotros una actitud de disposición que abre la existencia al Espíritu Santo que guía y acompaña nuestra vida, para encontrar el modo de ser y vivir que más nos plenifique como seres humanos. Es la esencia de toda vocación, que con mirada de creyente en Jesucristo, su vida nos regala “una historia de amor, una historia de vida que quiere mezclarse con la nuestra y echar raíces en la tierra de cada uno”[23] .
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