"La caridad y la dulzura de san Francisco de Sales me guíen en todo". Fue esta la resolución que Don Bosco tomó al inicio de su vida de sacerdote educador. Y es de esta referencia a Francisco de Sales que la pedagogía salesiana toma su nombre.
Incluso para Don Bosco la dulzura no era una dote natural. Él afirmaba que se había despertado del «sueño» de sus nueve años con los puños adoloridos por los golpes dados a los jóvenes blasfemos.
Siendo adolescente defendió con fuerza al amigo Luis Comollo. Narra él mismo: «Quien diga una maldición se las verá conmigo. Los más altos y descarados se plantaron ante mí, mientras daban dos bofetadas a Luis. Se me nublaron los ojos y me dejé llevar por la rabia. No teniendo a mano un palo o una silla, con las manos agarré a uno de aquellos muchachotes por la espalda y sirviéndome como de un garrote comencé a golpear a los otros. Cuatro cayeron por tierra, los otros salieron por piernas gritando».
Más tarde, el buen Luis lo regañó por aquella vehemente exhibición de fuerza: «Basta. Tu fuerza me asusta. Dios no te la dio para masacrar a tus compañeros. Perdona y restituye bien por mal, por favor». Era casi un eco del personaje del sueño que decía: «No es con los golpes, sino con la dulzura y el amor que debes mantener su amistad».
Juan aprendió así no sólo como se perdona, sino cuan importante es dominarse a sí mismo. No lo olvidará jamás. Llevará siempre doquiera el soplo del manso y nadie sabrá cuánto le costará siempre, pero por esto, según las palabras de Jesús “poseerá la tierra”.
«Les recomiendo sobretodo el espíritu de dulzura, que es aquello que calienta el corazón y conquista las almas » San Francisco de Sales
Los panegíricos de san Francisco de Sales, que se tenían por regla en el seminario, lo hicieron reflexionar. De acuerdo a su Testamento espiritual, se impuso como cuarto propósito de la ordenación sacerdotal la fórmula: «La caridad y la dulzura de san Francisco de Sales me guíen en todo».
Y cuando tuvo que elegir un nombre para el naciente Oratorio no tuvo duda: «Se llamará Oratorio de San Francisco de Sales» y más tarde a los primeros jóvenes que compartieron su vida dirá: «Nos llamaremos salesianos». ¿La razón? «Porque nuestro ministerio exigiendo grande calma y mansedumbre, nos habíamos puesto bajo la protección de este santo, a fin de que nos obtuviera de Dios la gracia de poderle imitar en su extraordinaria mansedumbre y en ganar almas».
La dulzura, esta virtud «más rara que la perfecta castidad», es «la flor de la caridad», y la caridad puesta en práctica, la había enseñado san Francisco de Sales. «Les recomiendo sobretodo el espíritu de dulzura, que es aquello que calienta el corazón y conquista las almas», escribía a una joven abadesa.
Dulce no es sinónimo de meloso y dulzón, que son sus encubiertas caricaturas. Dulzura no es para nada debilidad. La violencia incontrolable es debilidad. La gentileza es fuerza pacífica, paciente y humilde. Don Bosco unía, en su gobierno, la dulzura y la firmeza.
Este espíritu de bondad, dulzura y gentileza incidió en los primeros salesianos y pertenece a nuestra más antigua tradición. Todo ello indica que no podemos descuidarlo, y menos perderlo, con el riesgo de dañar significativamente nuestra identidad carismática.
Para muchos de nuestros jóvenes, la experiencia mayormente recordada del encuentro con la Familia Salesiana en el mundo es a menudo la familiaridad, la acogida y el afecto con el cual se sintieron tratados. En resumidas cuentas, el espíritu de familia. En los primeros tiempos se hablaba de un “cuarto voto salesiano”, que comprendía la bondad (primero que nada), el trabajo y el sistema preventivo.