NOCHE feliz de venturosos lazos
en que nos dimos ese abrazo hermoso.
¡Qué afortunado, madre, qué dichoso
me sentí al estrecharte entre mis brazos!
Tu pena desahogabas, quedamente,
sobre mi pecho, y yo te preguntaba:
¿Es por Charlie, mamá?…, mientras rezaba
pidiendo a Dios por tu dolor patente.
Mas luego comprendí que los sollozos
de una madre, son siempre tan sagrados:
¡que mejor es callar!…, aunque, anudados,
queden, por no afligirnos, sus esbozos.
Dios nos bendecirá, mamá –te dije–,
en este nuevo año que iniciamos.
¡La Virgen nos ampara!… ¡Bendigamos
a Aquélla que, amorosa, nos dirige!…
Entonces contuviste un poco el llanto,
y alzaste esa mirada bondadosa,
del todo pura, limpia, primorosa,
para decir: “tienes razón, encanto”.
Besé tu frente, pálida cual cera;
y con la misma mano que instruiste,
tracé la cruz bendita… y, recibiste,
llena de fe, mi bendición primera.
Ya no hubo más palabras, más gemidos;
sólo hubo amor… y un dulce arrobamiento;
y estoy seguro, madre –así lo siento–,
que en esa noche fuimos bendecidos.