Semana Santa

Profr. Carlos Bocanegra Uribe

A lo largo del año la iglesia vive momentos distintos, estos cambian en función de una intención clara: mostrarnos alguna característica específica de cómo actúa Dios en nuestra vida. En este contexto de tiempos o periodos, llamados litúrgicos, que a lo largo del año el cristianismo mundial nos propone, la Semana Santa se presenta como parte de la Cuaresma (cuarenta días previos a la Pascua del Señor), esta tiene la peculiaridad de remitirnos a la vida, muerte y resurrección del Señor en unos pocos días.

¿Qué es lo esencial de este periodo? como Jesús de Nazaret enfrentó la muerte, pero de la misma forma como Dios nos reveló en la cruz la resurrección, la vida en plenitud.

Por otro lado, debemos aclarar que la Semana Santa en sí misma es una experiencia de fe en la que Dios por medio de su Hijo nos dice: "Yo soy un Dios de vivos y no de muertos" (Mt 22, 32), esta es nuestra fe y lo que a muchos de nosotros nos da consuelo en estos momentos de gran transformación social y cultural que ahora vivimos. 

El Dios en el que creemos los cristianos, niega todo tipo de muerte, no sólo física, sino psicológica, espiritual, la que provoca la injusticia social, la ecológica, etc. Por esta razón no debemos pensar, ni mucho menos creer que en la Semana Santa recordamos únicamente la muerte de Jesús. Al contrario, todo apunta a la vida en términos de resurrección, de la vida que brota de la cruz y que desde ella Dios, a través de Jesús, nos comunica su interés primordial, su voluntad: que el hombre se realice como persona, viva en plenitud y trabaje contra cualquier tipo de muerte o injusticia que le impida hacerlo.

La experiencia que nace de encontrarnos con un Dios vivo nos proyecta hacia un testimonio en el que se debe poner en práctica el Evangelio cuya finalidad es la renovación interior para dar la vida por los demás. Servir para recuperar la serenidad del alma, arrepentirnos de nuestras dobleces e infidelidades a la misión que Dios nos ha propuesto y comprometernos a obrar tal como lo hizo Jesús. Vivir el seguimiento desde nuestros propios contextos, desde nuestra vocación, ser continuadores de la tarea que la primera comunidad cristiana había iniciado: "Ir por todo el mundo y predicar la Buena Nueva" (Mc 16, 15-18). La Cuaresma nos invita a renovar la confianza en el amor de Dios padre. Las lecturas litúrgicas cuaresmales nos exhortan permanente a mantener esta confianza y fortalecer la esperanza. Ambas están potenciadas por la luz de la experiencia pascual. Pero la confianza no está dada como derecho pasivo, es una virtud que debe ganarse. Si los individuos nos cerramos a los demás, entonces la confianza se desvanece del horizonte y la muerte se convierte en una pesada constatación.

Debemos ser constructores de una comunidad relacional, inclusiva, solidaria y justa a partir de un testimonio cristiano regido por el criterio evangélico de “dar la vida por los demás" (Jn 15, 13-19), un criterio dejado de lado en la cultura de la opulencia y el despilfarro, de la indiferencia y del descarte como bien lo apuntaba el Papa Francisco: “En esta «cultura del descarte» las personas son consideradas bienes de consumo, que se pueden usar y luego tirar. En estricto sentido, eso se debe a la lógica misma de la economía, basada en la competitividad y la eficiencia, al consumismo y a una «cultura del bienestar que nos anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado»".