Una madre amorosa

Réctor P. Ángel Artime

Hace un año, en todo el mundo, celebramos la fiesta de María Auxiliadora, golpeados por esta pandemia, que ha causado tanto sufrimiento a la humanidad y que ha sacado a relucir, una vez más, lo mejor y lo peor de nuestra humanidad, caracterizada por tantas expresiones de egoísmo que se encuentran en tantas naciones del mundo. Lo vemos en la distribución de vacunas contra el COVID: los más pobres son los que, una vez más, no tienen acceso a ellas. Quizás porque sus gobiernos están centrados en otros asuntos urgentes. Por supuesto, pero esto no cambia la realidad: los más pobres, una vez más, son los que, en todas las circunstancias registradas a menudo por la historia, sufren más. Esto parece pertenecer a nuestra condición humana y, por lo tanto, debemos pedir la gracia de que el Evangelio y el Amor de Dios puedan seguir transformando nuestros corazones, que a veces son de piedra, en corazones de carne - como Dios reveló hace muchos siglos a través del profeta Ezequiel.


Valdocco 24 de mayo de 2021


Después de un año, la enfermedad sigue afectando a muchas personas. Y aunque en algunos lugares se empieza a ver la luz al final del túnel, en otros la situación sigue siendo muy grave y pesada.

Hoy como ayer, dirijamos nuestra mirada a Ella, nuestra Madre, auxilio en los momentos difíciles, y dirijamos nuestras oraciones para que lleguen al Señor.

En esta homilía, quisiera destacar precisamente este aspecto de la mirada. Toda la revelación bíblica está impregnada de este poderoso mensaje, que da gran valor a la mirada y a la contemplación.

En la creación del mundo, Dios vio que lo que había hecho era bueno, y que todas las cosas eran buenas. En la propia creación Dios miró y vio que había hecho al hombre a su imagen y semejanza. Dios también vio que el hombre necesitaba una compañera de su misma dignidad y condición, y creó a la mujer. Y Dios vio que era buena.

Unas veces con mirada profunda, otras con compasión, con una mirada que penetraba en el corazón, también Jesús miraba, y en ese mirar y contemplar llegaba a lo más puro de cada corazón: el de sus amigos, el de la madre que había perdido a su único hijo, el del joven rico que lo había abandonado y se había alejado por no querer perder su riqueza.

María también miró con una mirada sensible y atenta. Esta mirada suya le hizo comprender el inminente desastre que se avecinaba para el matrimonio de esa joven pareja, y, para evitarles la vergüenza que estaba a punto de suceder, con la ternura y la autoridad de una Madre, pidió a su Hijo que hiciera lo que estuviera en sus manos.

Qué importante era esta mirada atenta, y qué importante es hoy en nuestras vidas esta mirada ligada a un corazón sensible y abierto a la contemplación. Y hoy, en la solemnidad de María Auxiliadora necesitamos, quizá más que en otras ocasiones, volver nuestra mirada hacia Ella, para que mirándola y hablándole con el corazón podamos sentir que una vez más nos dice: "¿Por qué tenéis miedo, no estoy aquí yo que soy vuestra madre?".

Nuestro querido Don Bosco, que fue un gigante de la pedagogía espiritual, es decir, un maestro en el arte de acompañar a sus muchachos en su camino y en su encuentro con Jesús y con su Madre María -primero la invocó como Consoladora, luego Inmaculada y finalmente Auxilio de los cristianos- actuó igual que un maestro del espíritu: les hizo ver que podían comunicarse con Ella, como lo hace un hijo con su madre. Sabía cómo hacer para que los chicos, al mirar, contemplar, arrodillarse ante la estatua de la Virgen, o cantar el himno que habían aprendido, sintieran profundamente en su corazón que estaban mirando a la Madre y que la Madre les miraba y les hablaba al corazón.

Hay una preciosa narración, un sueño de Don Bosco, que hemos escuchado durante los días de esta novena y que dice así: "El primero de enero de 1866 Don Bosco contó en el Oratorio que había soñado con una terrible inundación, y que se había refugiado con sus jóvenes en una gran balsa. "Cuando todos estaban en la barca", relató, "tomé el mando y dije: 'María es la Estrella del Mar'. No abandona a los que confían en ella. Tras una navegación llena de peligros, la balsa desembarcó en una playa donde se encontraba una estatua de María Auxiliadora. Todos los jóvenes fueron a agradecer a la Virgen Celestial sus numerosos favores. Mientras miraban la estatua empezaron a decir algunos... "¡La Virgen está moviendo los ojos!" . Poco después un segundo grito: "¡La Virgen mueve las manos!". Las lágrimas corrían de emoción por nuestras mejillas. "¡La Virgen mueve los labios!" - dijeron otros. Se produjo un profundo silencio. La Virgen abrió la boca y con una voz suave dijo: "Si sois hijos devotos para mí, yo seré una madre misericordiosa para vosotros"".

Este es el gran regalo que el Señor nos ofrece en esta solemnidad de María Auxiliadora, al día siguiente de la solemnidad de Pentecostés: la certeza de saber que, si somos sus hijos devotos, ella será siempre una madre amorosa para nosotros.

Esta certeza nos hace conscientes del gran regalo que supone tener una MADRE: es el don de percibir con fuerza en nuestro corazón que no se trata de ideas más o menos bellas en nuestra cabeza, sino de sentir en lo más profundo de nuestro ser que Ella, la Madre es y será siempre, Madre de cada uno de nosotros, Madre que nos lleva de la mano, siempre, pero especialmente en los momentos difíciles.

  • Se trata de percibir y sentir en nuestro corazón y en todo nuestro ser que hoy, como ayer, se hacen realidad para nosotros las palabras del Señor en la cruz: "Hijo, aquí tienes a tu Madre". Y lo mismo que le dijo al discípulo amado, nos lo dice a nosotros hoy: "Hijos amados, he aquí a vuestra Madre".
  • Se trata de percibir con la mente y el corazón y sentir en lo más profundo de nuestro ser que nunca estamos solos, que hemos sido llamados a esta existencia con la seguridad de que nunca estaríamos solos y abandonados. Una madre nos trajo a cada uno de nosotros a este mundo como mediación humana del Dios que nos soñó y pensó; y una madre nos cuida y vela por nosotros desde ese primer momento hasta el último.
  • Se trata de percibir el precioso regalo de sabernos contemplados con amor por Ella, la Madre, y que podemos hablarle incluso sin decir palabras, simplemente mirándola con la misma ternura y con todo el amor del que somos capaces. Se trata de percibir y sentir, como en Caná de Galilea, que también nosotros, atentos a la Madre que nos pide: "Haced lo que Él os diga", podemos ayudar a su Hijo a hacer de éste un mundo mejor, más humano, más justo, más fraterno, más de Dios a pesar del dolor y el egoísmo que lo siguen dificultando, pero donde podemos ofrecer nuestra pequeña contribución en nombre del Señor.
  • Se trata de creer y hacer de ello una fuerte convicción en nuestro ser, como lo fue en Don Bosco, que "Aquella que lo ha hecho todo" seguirá haciéndolo todo en nuestra vida. Lo mismo en nuestra sencilla Familia Salesiana, porque nunca dejará que se pierda ni uno solo de sus hijos e hijas, como dijo hace tiempo San Bernardo de Claraval, con una profunda mirada de fe.
Que la bendición de tu amado Hijo parta hoy de aquí, de esta Casa tuya, y llegue a todo el mundo y a toda la Iglesia por intercesión de tu Madre. Amén.

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